MATERIALES para la PASTORAL

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viernes, 1 de mayo de 2015

Carta de un misionero

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Carta desde el Desierto (15)
“Lágrimas en la lluvia”
Abril 2015
Domingo del Buen Pastor

 Quienes Somos

Queridos amigos de la misión.
 

En verdad que no sabría decir el tiempo que llevaba allí, acurrucada en un rincón. Está diluviado en estos secarrales africanos. Gode es un completo lodazal y riachuelos de fango se deslizan entre las empalizadas destartaladas de las casuchas de estas miserables gentes. La tormenta arrecia y el agua corre violenta por entre las planchas oxidadas de cinc que malamente cubren sus tejados. Veo charcos inmensos que pronto se convertirán, cuando salga el sol inmisericorde, en el perfecto caldo de cultivo de esos malditos mosquitos de
la malaria y el dengue.


Las gentes apenas tienen donde guarecerse, veo dos ancianas debajo de un tejadillo a punto de derrumbarse por la fuerza del vendaval y la lluvia, tiritando de frío, sin saber a dónde ir o cómo mejor guarecerse; me hacen señas para que les ayude a cruzar al otro lado de la callejuela tortuosa. La vecina de enfrente les insta con enormes aspavientos para que vayan, tomo a cada una de un brazo, les ayudo a cruzar y desaparezco. Sigo mi camino, la voy buscando, sé que está pero no la veo. Me confundo varias veces de entrada, la miseria siempre tiene la misma tonalidad en todos los rincones de la tierra, la miseria ni matiza ni distingue. Las entradas llevan todas a los mismos burdeles, donde se alquilan las escuálidas carnes de pobres mujeres.
 

Apenas veo nada, el ruido es ensordecedor, como si los mismos cielos se derrumbaran sobre este terruño. La ira de la fuerzas de la naturaleza en África es aterradora. Quiero ayudar y no sé por dónde empezar, veo niños y mayores correr sin rumbo y sin lugar donde guarecerse, son como gentes abandonadas, sino nombre, ni identidad, ni rostro.
 

Un extraño sentimiento me invade. Es como si quisiera recogerlos a todos y llevármelos conmigo a mi casa ¡cómo quisiera construir una casa grande, grande, grande, no como las absurdas mansiones de los millonarios con una televisión en cada habitación y cita en la peluquería para sus perros, no, una casa grande donde pudiera guarecer y refugiar a todos los pobres del mundo y abrazarles y consolarles “y entre risas y cantares... darles mi vida a pedazos...” que canta el poeta.
 

Pero yo sigo ahí... viendo la lluvia llover... y no entiendo por qué me estoy mojando si estoy sentando en un poderoso vehículo todoterreno, viendo tan desgarrador espectáculo... me palpo el rostro y me doy cuenta... que estoy llorando... Lágrimas en la lluvia...
 

Vuelvo a bajarme del coche y siento como me llora la lluvia por las mejillas de mi piel cuartada... las aguas corren violentas por calles y pasadizos. Siento como me chorrea el fango por el bajo de los pantalones... ... estoy decidido a encontrarla.
 

Hacia solo unas horas, cuando se inició la tormenta, recogí a un grupo de obreros que venían hacia Gode en manada, se abalanzaron desesperados hacia mi coche para que los llevara. No sabría decir exactamente cuántos eran, doce, quince, quizás una veintena... sólo sé que eran tantos que los últimos tres, desesperados porque ya no cabían dentro, treparon al techo y se sentaron en la baca...
 

En el interior, todos hablaban a la vez, - tremenda algarabía -, me di cuenta por las multiformes lenguas que venían de todos los rincones de esta piel de toro africana... los había somalíes, oromos, amharas... todos acurrucados, sudorosos y tiritando.
 

Al llegar a su destino, me hicieron señas para que parara y tan raudos como se
amontonaron dentro, se desperdigaron buscando donde guarecerse de la tormenta... pero uno, el último, antes de cerrar, volvió a meter la cabeza por la puerta trasera y me gritó en su peculiar inglés: “thank you, you Father of everybody...” y con un sonoro portazo desapareció.
Tampoco veo a su madre, escuálida piltrafa destartalada, museo malviviente de todas las miserias humanas; catálogo completo de todas la enfermedades venéreas imaginables...
 

Y pienso en ti, compañero de mis andanzas, tú que caminas y pisas por estos lodos y sabanas, tú, encontradizo caminante de rostro multiforme con quien de la mano he llegado por senderos y cañadas, a este lugar de gracia donde veo hacerse carne tu voz y tu palabra. Pesebre y posada, cirio de amor, pascua eterna a tus pies postrada.
 

La locura de un Dios a mi humanidad entrelazada, disfrazado de carne revestido en el vientre de la Virgen Santa. Postrado ante estas gentes, mendigo de su indigencia, parábola y milagro de esta humanidad descalza.
 

El Dios arrodillado y postrado, sediento en cada sediento y fonte de agua cuando el desierto abrasa, pan para mis hambres y hambriento de mi torpe nada.
 

Tú que nos purificaste y lavaste un jueves de pascua con agua y la toalla...
 

Tú que en viernes nos purificaste con tu sangre bendita, sobre un madero, mi amor a tu amor clavada.
 

Tu que nos purificaste y bañaste con fuego en la noche santa cuando, - cirio de amor y llama de amor viva -, estaba por rayar la alba...
 

Y mientras las lágrimas y la lluvia golpean las carrocerías de mi coche y de mi alma, vuelvo la vista atrás y no veo más que dos vidas inseparablemente entrelazadas.
 

¡Cuántas historias de amor, de hermosuras y de gracias! cuanta gratitud que se me atraganta como un nudo en la garganta... ¡Y es que no sé qué es lo que llevo dentro, entre tanta bondad y tanta gracia, amor que no te entiendo, que no merezco, que me sobrecoge y me embarga.
 

Han pasado los años, entre lodazales, desiertos y sabanas, tercamente empeñado en que se encarne tu Palabra, Tú el Dios bendito, compañero de mis desiertos, de mis angustias y mis ansias... Tú, el Dios que ha pisado el polvo de estas gentes olvidadas. Eucaristía viviente donde se muelen los trigos de tantas vidas arruinadas; mosto añejo de amor que fermenta con años de entregas hasta que de mi vida... ¡ya no quede nada!
 

Ser lo que celebro, configuración paulatina, la hogaza y el madero, para que mi vida se reparta, los pobres coman y a los que no tienen, no les falte nada. Grano de trigo, vendimia y sementera para que germine la palabra; cáliz amargo donde se remansan las pena y se transfiguren los dolores de esta humanidad abandonada...
 

Me oprime la angustia, pasa el tiempo y no la veo, ¡es tan pequeña! Siento que una honda desolación se me abalanza y me embarga...
 

Miro estas gentes y me pregunto por qué hay quienes lo tienen todo sin merecer nada, sin esfuerzo ni fatiga, sin méritos ni lucha, desde la cuna regalada, entre oropeles, mimos y cuidados, nadando en la absurda e inmerecida sobreabundancia... y otros... ¿los demás? Los demás sencillamente no tienen nada. Como estas gentes escuálidas, de pírrica existencia irrelevante, si existen o no existen allá donde ellos lo tienen todo ¿sus vidas? estás vidas no valen nada. Sin registro civil, sin documentos, sin tarjetas de visita rimbombantes, nombres que no existen, vidas insignificantes, masas de humanidad a quienes los que todo lo tienen piensas que con “esos”, ellos en común no tienen nada.
Subespecie de humanidad orillada, donde sus “caridades” los humillan y degradan, las veinte monedas de los judas hipócritas que besan al Cristo de las procesiones y escupen el rostro abandonado del Nazareno en los pobres encarnado... religión que anestesia a plañideras y beatas ¡pero luego son epulones que por lo pobres – en realidad – nunca hacen nada!
 

La tormenta es implacable, veo cada vez más paupérrimas gentes que achican agua de sus casuchas, chabolas, tenderetes... porque no se les pueden llamar casas. Un pobre hombre con una pala rota trata de formar parapetos de fango a la entrada para que no sigan entrando más riadas de agua; tres muchachos se han encaramado a una empalizada y pretenden cubrir su enramada con una lona vieja... varias mujeres con jarras destartaladas tratan de achicar aguas como si su vivienda de una barquichuela se tratara; incluso veo niños desnudos que con unos mugrientos vasos de plástico ayudan a sus madres a sacar tanta agua... Absurdo espectáculo, patética existencia, irrelevante realidad la de los pobres...
 

A veces pienso si cuando llueve allí donde viven los ricos y miran por la ventana de sus confortables mansiones, en vez de pensar como suelen pensar que se les ha fastidiado el plan de fin de semana, pensarán alguna vez en estas pobres gentes para quienes cualquier tormenta les derrumba la casa y cuando cae el aguacero, ya no les queda nada...
 

Me angustio y desespero, la busco por doquier, no sé qué habrá sido de ella... algo de esa criatura se me ha clavado dentro y no me la puedo arrancar de la pupila de alma, bajo vendavales de agua todas las callejuelas me parecen iguales, ya ni siquiera me molesto en subir y bajar del coche; busco de casa en casa, de callejón en callejón. Y de repente caigo en la cuenta que Gode no es sino un inmenso e ininterrumpido burdel.
 

Mujeres variopintas y multicolores, venidas de las cuatro esquinas de este martirizado país. Estrechos pasadizos de recovecos y laberintos, cuartuchos de dos metros por donde asoman mujerzuelas greñudas, de melena alborotada y mirada lasciva. Carne de alquiler para militares depravados y buscadores de fortuna... Vivir en un burdel, ahí es donde vive ella... Tablones por puerta, hombres que jadean como bestias, la trivialidad de la vida, donde sólo queda el pequeño placer de la fiera, cuando han asesinado a la alegría.
 

Es ya una pequeña procesión la cantidad de estas pobres mujeres que a lo largo de los últimos meses hemos llevado a clínicas y hospitales. Y qué espantoso es estar junto a ellas cuando los laboratorios pronuncian la fatídica sentencia. Estampadas con la lacra del SIDA que las condena de por vida. Y mientras, todas esas malditas organizaciones occidentales, la ONU, UNICEF, Médicos sin Fronteras... lo único que reparten gratuitamente son contenedores incontables de condones y profilácticos para que siga la fiesta mientras la vida de estas pobres gentes se destruye y estás mujeres se condenan a una vida de perpetua enferma.
 

Gode no es más que un inmenso burdel, una reserva de bestias para el particular safari de hombres sin escrúpulos y mercenarios desalmados. Me sorprenden las sonrisas y las expresiones de vergüenza, mientras ellas se asoman a la puerta del chamizo entreabierta sin ellas caer en la cuenta que junto a sus pequeñas chancletas de mujer hay una botas militares hediondas...
Sigo buscando entre la lluvia y la tormenta por interminables pasillos, donde sigue la compraventa de placeres y vergüenzas. Codicia y desenfreno, lujurias las más perversas, por un puñado de monedas se alquila la vida de estas mujerzuelas. Pobres seres sin rostro, desguace de humanidad para aves carroñeras, estercolero putrefacto donde sobrenada lo que queda mientras sus vidas se deslizan hacia la cloaca que las olvida... Y no sé cómo explicarlo pero sé que aquí más que en ningún lugar de la tierra estás Tú, mi Cristo roto en la gloria que nos espera. Aquí estás Tú, el Dios de los burdeles donde la vida desespera; aquí estás Tú, el Cristo de los gitanos, de bateyes y rameras; aquí estás Tú en el rostro escuálido de cada una de ellas; aquí estás Tú porque las amas y las abrazas con el abrazo más casto, más sincero, el abrazo que las perdona, las limpia y las redime.
 

Sí, aquí estás Tú, el Cristo de los burdeles, chapoteando esta mañana entre la mugre y la tormenta, Tú el Cristo de los océanos, de desiertos y rameras, donde entre el hedor de la muerte germina la luz que nos despierta. Y bien que nos recuerdas que esas mujerzuelas nos llevan la delantera en el camino del Reino que nos espera. Benditas ellas, que en su nada y su miseria, se abrazaron a ti como a su verdad más verdadera. Benditas ellas que sólo en ti encontraron dignidad, redención y una vida más bella. Y mientras voy entre tugurios buscando lo que la vida anhela me sigue punzando el deseo de tener una casa grande, grande, grande donde cobijarlas a todas ellas... ¡Ahí está!
 

La que buscaba más allá de las estrellas, es una niña pequeñita, hija de una pobre pordiosera, nunca había podido olvidar su mirada, su alegría y su miseria. Me ve, se levanta, de tres zancadas se me abalanza, sus pies descalzos con fango hasta las orejas... y yo me agacho... se me echa al cuello... me abraza... la abrazo... y la levanto por los aires, siento como esta chiquilla se me ha quedado adherida a la piel... Y no comprendo tanta explosión de alegría, tanto júbilo, tanta algarabía... y su alegría se me contagia como un pajarillo en la lejanía. Y me acuerdo del trabajador, de sus palabras toscas como nueva profecía: “You Father of everybody...” Padre de multitudes como las arenas y las estrellas, paternidad universal para esta chiquilla la más perdida.
 

Salgo a la calle con ella en brazos, nos diluvia a los dos, ya no quedan gentes, busco a su madre, ese hatillo de huesos de pobre mujer valiente, camino con ella al hombro como pastor y con su ovejuela... Y me doy cuenta que hoy mi sólo son... Lágrimas en la lluvia...
 

Ante el Sagrario de la misión por todos oramos y con Nuestra Señora Reina de la Misiones pedimos que a todos nos acoja bajo su bendito manto.
 

Os bendigo a todos.
Padre Christopher
 


Para colaborar con la misión de Gode, aquí tenéis los datos.
 

Titular: Fundación Misión de la Misericordia
Entidad: BANKINTER
Número de Cuenta: 0128-0014-73-0100029293
Iban: ES0801280014730100029293
Código SWIFT o BIC: BKBKESMMXXX
 

Visitad por favor nuestras páginas web:
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