Ponte en camino hacia Belén: no te quedes en la orilla del consumo. ¿Qué prefieres? ¿Kilos en el cuerpo, o salud en el alma y bondad en el corazón?
Guarda silencio. Contempla el Nacimiento de Cristo. Visita distintos belenes instalados en tu barrio, en tu parroquia. Una imagen, vale más que mil palabras.
Manifiesta, públicamente, la vivencia y el concepto cristiano que tienes de la Navidad. Es mucho más coherente y significativo, una estrella en el balcón que un “papá noel”.
Adora a Dios. No te conformes con emular a los poderosos. Los magnates pasan. Las riquezas se desploman. Adorar a Dios es encontrar la felicidad de estar con El
Fortalece tu fe. La Misa del Gallo o la de Navidad te harán sentir un escalofrío singular: Dios baja por ti a la tierra. ¿Encontrará un almohadón en tu corazón?
Da testimonio de tus tradiciones. No te dejes engañar por los que confunden Navidad con vanidad. La Navidad es el amor de Dios al hombre. La vanidad es el egocentrismo del propio hombre.
Sé generoso con alguien. Cuando abrimos los ojos siempre encontramos a un “niño Jesús” que llora, gime o que abre sus brazos en forma de mendigo, necesitado, solitario y hambriento. ¿Sabes que, tal vez, Dios ha llamado en tu puerta y se la has cerrado?
Aprovecha, estas jornadas navideñas, para crecer interiormente. Saborea la Palabra de Dios. Escúchala con más atención en la iglesia. En Navidad nuestras entrañas parecen hacerse más esponjosas para Dios.
Comparte estas jornadas en familia. Bendice la mesa. Reza ante el belén, con los niños/as, antes de acostarles. Si, no hay niños en casa, ¿por qué no rezar ante lo que “casi” es un altar de Jesús, María o José?
Racionaliza el uso de la televisión. No dejes que “los nuevos Herodes” aniquilen el sentido de tu navidad cristiana. ¿Que es difícil? Es cuestión de proponérselo. La Navidad no es para que reine la televisión en casa, sino para que esté presente la sinceridad, la conversación, la fraternidad, la fe o la alegría de ser y vivir en familia.
Guarda silencio. Contempla el Nacimiento de Cristo. Visita distintos belenes instalados en tu barrio, en tu parroquia. Una imagen, vale más que mil palabras.
Manifiesta, públicamente, la vivencia y el concepto cristiano que tienes de la Navidad. Es mucho más coherente y significativo, una estrella en el balcón que un “papá noel”.
Adora a Dios. No te conformes con emular a los poderosos. Los magnates pasan. Las riquezas se desploman. Adorar a Dios es encontrar la felicidad de estar con El
Fortalece tu fe. La Misa del Gallo o la de Navidad te harán sentir un escalofrío singular: Dios baja por ti a la tierra. ¿Encontrará un almohadón en tu corazón?
Da testimonio de tus tradiciones. No te dejes engañar por los que confunden Navidad con vanidad. La Navidad es el amor de Dios al hombre. La vanidad es el egocentrismo del propio hombre.
Sé generoso con alguien. Cuando abrimos los ojos siempre encontramos a un “niño Jesús” que llora, gime o que abre sus brazos en forma de mendigo, necesitado, solitario y hambriento. ¿Sabes que, tal vez, Dios ha llamado en tu puerta y se la has cerrado?
Aprovecha, estas jornadas navideñas, para crecer interiormente. Saborea la Palabra de Dios. Escúchala con más atención en la iglesia. En Navidad nuestras entrañas parecen hacerse más esponjosas para Dios.
Comparte estas jornadas en familia. Bendice la mesa. Reza ante el belén, con los niños/as, antes de acostarles. Si, no hay niños en casa, ¿por qué no rezar ante lo que “casi” es un altar de Jesús, María o José?
Racionaliza el uso de la televisión. No dejes que “los nuevos Herodes” aniquilen el sentido de tu navidad cristiana. ¿Que es difícil? Es cuestión de proponérselo. La Navidad no es para que reine la televisión en casa, sino para que esté presente la sinceridad, la conversación, la fraternidad, la fe o la alegría de ser y vivir en familia.
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