Una profesora de primaria nos envía este cuento:
Había una vez un león afónico.
Era afónico desde siempre, porque nunca había podido rugir, pero nadie en la sabana lo sabía. Como desde muy pequeño había visto que no podía rugir, había aprendido a hablar tranquilamente con todo el mundo y a escucharles, y convencerles de sus opiniones sin tener que rugir, ganándose el cariño y confianza de todos.
Pero un día, el león habló con un cerdo tan bruto y cabezota, que no encontraba la forma de que le entendiera. Entonces, sintió muchísimas ganas de rugir. Como no podía hacerlo, dedicó unos meses a inventar una máquina de rugir que se pusiera en marcha sólo cuando él quisiera.
Y poco después de tenerla terminada, volvió a aparecer por allí el cerdo cabezota, y tanto sacó al león de sus casillas, que lanzó un rugido aterrador con su máquina de rugir.
- ¡¡¡GRRRRROAUUUUUUUUUUUU!!!
Entonces, no sólo el cerdo, sino todos los animales, se llevaron un susto terrible, y durante meses ninguno de ellos se atrevió salir.
El león quedó tan triste y solitario, que tuvo tiempo para darse cuenta de que no necesitaba rugir para que le hicieran caso ni para conseguir lo que quería, y que sin saberlo, su afonía le había llevado a ser buenísimo hablando y convenciendo a los demás.
Así que poco a poco, a través de su forma de hablar tan amable y cordial, consiguió recuperar la confianza de todos los animales, y nunca más pensó en utilizar sus rugidos ni sus gritos.
(Pedro Pablo Sacristán)
Los gritos y amenazas no son el mejor camino para conseguir
las cosas que queremos, ni los amigos que queremos
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