2: LA EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO.
EN JERUSALÉN.
Entre los cristianos también había dificultades y tensiones. Algunos eran judíos muy observantes de todas las tradiciones, y otros (los helenistas) opinaban que no había que aferrarse tanto a las costumbres de la Ley de Moisés.
Al crecer el grupo de los cristianos, Pedro y los otros Apóstoles eligieron como colaboradores suyos a siete diáconos para que les ayudaran en el servicio a los hermanos.
MARTIRIO DE ESTEBAN Y ANUNCIO DEL EVANGELIO.
Esteban, uno de los siete diáconos, predicaba el Evangelio, haciendo ver que en Jesucristo se habían cumplido todas las promesas de los profetas y que en Él había quedado superada la Antigua Alianza de la Ley de Moisés. En la sangre de Cristo se había realizado la Nueva Alianza. Por afirmar la divinidad de Jesucristo, Esteban fue acusado de blasfemo y lo mataron lapidándolo, mientras él perdonaba a sus verdugos (Hch 6-7).
Entonces, comenzó una gran persecución contra la Iglesia, que ayudó a su expansión, porque los creyentes se dispersaron, llegando hasta Fenicia, Chipre y Antioquía. En Antioquía fue donde empezaron a llamar "cristianos" a los seguidores de Jesús.
CONVERSIÓN DE SAULO (Hch 9).
Saulo era un joven judío, del grupo de los fariseos, con una sólida formación en la religión judía y enemigo de los cristianos. Pidió al Sumo Sacerdote autorización para ir a Damasco y apresar a los cristianos que encontrara.
En el camino de Damasco, Saulo, caído en tierra, se encuentra con Jesús Resucitado, que le llama por su nombre... Ya en Damasco, un discípulo de Jesús llamado Ananías le impuso las manos a Saulo, que recobró la vista y pidió el Bautismo. Entonces comenzó a predicar también la Buena Noticia de Jesús, hasta que tuvo que huir para que no le mataran.
En Jerusalén fue presentado a los apóstoles, y volvió a Tarso. Durante algunos años continuó profundizando en el mensaje de Jesús, que luego llevaría por todo el mundo.
“...HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA”.
Saulo y Bernabé, enviados por la comunidad cristiana de Antioquía, fueron a evangelizar en Chipre y en otras ciudades de Asia Menor. Era hacia el año 45, y este primer viaje misionero de Saulo (que cambiará su nombre por el de Pablo) lo encontramos en los capítulos 13 y 14 de los “Hechos de los Apóstoles”.
Más adelante san Pablo realizará otros tres viajes, el último prisionero para ser juzgado en Roma por el emperador.
En cada ciudad predicaba y formaba comunidades cristianas que vivían y anunciaban el mensaje de Jesús. De esta manera evangelizaba san Pablo, el mayor difusor del cristianismo en el mundo antiguo.
La extensión de la Iglesia hacia Europa se inicia con una visión que tiene Pablo en la que un misterioso personaje le invita a predicar en Macedonia (Hch 16,9). Desde allí, viajan hasta Atenas, Corinto, Éfeso, Roma,... y parece ser que hasta España, el “fin de la tierra” (finis terrae). En la carta a los Romanos (15,22-24) habla del deseo de viajar a España.
EL CONCILIO DE JERUSALÉN (Hch 15).
Entre los primeros cristianos había algunos procedían del Judaísmo y otros del Paganismo (gentiles). Las diferencias y dificultades que hicieron necesario este primer Concilio de la Iglesia surgían de cómo había que valorar y aplicar las tradiciones judías. ¿Había que cumplirlas todas al pie de la letra, o no?
Algunos cristianos de Jerusalén, del grupo de los judaizantes, fueron a Antioquía y “se pusieron a enseñar a los hermanos que si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse”. Pablo y Bernabé, que defendían la libertad frente a la Ley, protestaron porque se estaba negando la eficacia y la universalidad de la salvación de Cristo. Decidieron ir a Jerusalén para consultar a los Apóstoles. Era el año 49.
Reunidos en Asamblea, presidida por el apóstol Pedro, decidieron -guiados por el Espíritu Santo-, que los gentiles convertidos no debían ser obligados a la circuncisión, porque tanto judíos como gentiles se salvan “por la gracia del Señor Jesús”. Así, la Iglesia superó el riesgo de quedarse reducida a una secta más del Judaísmo.
LA EVANGELIZACIÓN EN HISPANIA.
Hasta la provincia más occidental del Imperio -Hispania-, también llegó pronto el anuncia de la Buena Noticia cristiana. Ya hemos dicho que san Pablo, en la Carta a los Romanos (año 57) les escribió que intentaría visitarles cuando fuera “de paso para España” (Rom 15,24), y les pedía que le facilitaran este viaje. Aunque desde antiguo se habla de su paso por Tarragona o por Andalucía, no hay documentos históricos que lo certifiquen con seguridad.
Tampoco hay documentos históricos de la predicación del apóstol Santiago el Mayor, hermano de san Juan, en Zaragoza y en Compostela. Su sepulcro es desde hace siglos un lugar de peregrinación y de fe para los cristianos.
Otra venerable tradición señala que san Pedro y san Pablo enviaron a España a “siete varones apostólicos” para evangelizar.
“Vengo a encontrarme con una comunidad cristiana que se remonta a la época apostólica: es una tierra objeto de los desvelos evangelizadores de san Pablo; que está bajo el patrocinio de Santiago el Mayor, cuyo recuerdo perdura en el Pilar de Zaragoza y en Santiago de Compostela; que fue conquistada por la fe y por el afán misionero de los siete varones apostólicos” (JUAN PABLO II, en su viaje a España, 1982).
En el siglo II hay comunidades cristianas en España con una gran fuerza, como lo atestiguan las cartas que dirigían a otras iglesias, como las de Lyon o Cartago. A principios del siglo IV se celebró el Concilio de Elvira (cerca de Granada), con decisiones que se aceptaron a nivel de toda la Iglesia universal.
Igual que en el resto del Imperio Romano, hubo mártires cristianos en España, que derramaron su sangre por Cristo: el obispo Fructuoso (Tarragona), el diácono Vicente (Valencia), los niños Justo y Pastor (Alcalá de Henares), Eulalia (Mérida), Leocadia (Toledo), y otros muchos.
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