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domingo, 2 de mayo de 2010

Inteligencia Espiritual

  • La inteligencia espiritual debe ser cultivada en la esfera educativa
  • Es una semilla que puede dar un enorme fruto para las personas y la sociedad.
  • Inquieta que tantos no sepan qué hacer con su vida
  • La educación debería consistir en ir posibilitando el desarrollo de la capacidad de amar.

Hemos puesto un “grano de arena en la montaña social del gran desafío de la educación”. Con estas palabras de Juan Pedro Rivero, se clausuraba una nueva edición del Congreso Fe-Cultura, en la sede lagunera del Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias.

Previamente, se había desarrollado una intensa quinta jornada del mismo. En la misma sobresalieron las ponencias finales. Así, Francesc Torralba Roselló, Doctor en Filosofía y en Teología, y director de la cátedra ETHOS de la Universidad Ramón Llull, llamó poderosamente la atención a los participantes sobre la educación de la llamada “inteligencia espiritual”. Su ponencia se centró en tres aspectos.

Por una parte trató de definir el concepto de inteligencia espiritual, desde una concepción de la inteligencia que “se dice de múltiples maneras”. En el siglo XXI se arribó al concepto citado. Para Torralba la misma hace referencia a una “modalidad de la inteligencia que nos faculta, habilita para preguntarnos por el sentido de la vida, asombrarnos, tomar distancia de la realidad, en definitiva, para todo un tipo de actividades que los otros tipos de inteligencia no nos capacitan. Por eso – sostuvo - es una modalidad que debe ser educada y contemplada en los procesos educativos como ocurre ya en países de tradición anglosajona, canadiense, norteamericana. La inteligencia espiritual – defendió - está en todo ser humano y nos habilita para hacer de nuestra vida un proyecto singular y personal.

Para el citado profesor, “hoy se habla de la diversidad de inteligencias. Y entre ellas se habla de la inteligencia espiritual”. La misma apunta al desarrollo de competencias genuinamente humanas como la capacidad de silencio, de asombro y admiración, de contemplar, de discernir, de ampliar los contextos en los que situamos nuestras vidas..., en definitiva, al desarrollo de una cierta profundidad existencial y vital. Estas, y otras, capacidades humanas han sido elaboradas mediante símbolos y prácticas por las diversas tradiciones religiosas (aunque no sólo por ellas).

En segundo lugar, el ponente se preguntó, ¿cómo se cultiva esta inteligencia espiritual? Defendiendo la necesidad de ir introduciendo la misma en la escuela formal, subrayó la importancia del “cultivo del silencio y del diálogo socrático” frente a toda una generación que siente gran intolerancia al silencio y la soledad, cuando ellas, precisamente, son las que “nos permiten contemplar, gozar de experiencias nuevas”. Igualmente – defendió Torralba – el diálogo en profundidad facilita a las personas descubrir qué hacer con la vida, sentirse llamado a una misión, una tarea, un objetivo en la vida. “Inquieta que tantos no sepan qué hacer con su vida”.

Por último, en cuanto a los beneficios que traería el cultivo y la educación en esta inteligencia espiritual, el ponente había identificado doce, pero subrayó tan sólo dos: contar con personas más profundas, y el desarrollo de una conciencia crítica y autocrítica. La inteligencia espiritual pone en juego el desarrollo pleno no sólo de la persona sino de las culturas y de los pueblos. Todo ser humano – expuso Torralba - tiene un sentido y unas necesidades íntimas de orden espiritual tales como la felicidad, el bienestar integral y el goce de la belleza y de la cultura. En contextos de ‘anemia espiritual, como en el que nuestro tiempo se encuentra, el desarrollo de la inteligencia espiritual abre horizontes nuevos e insospechados en el corazón mismo de la rutina diaria, de la inmediatez y del interés a corto plazo”.

La última ponencia del Congreso estuvo a cargo del profesor Eloy Bueno. El mismo desarrolló “la dignidad del discípulo como reto para el maestro”. La intervención comenzó exponiendo cuatro rasgos del mundo actual, a saber, que vive en un nuevo paradigma, así como en un vacío de Dios llenado por el mercado, que está produciendo un nuevo modelo antropológico y, como cuarto elemento, explicó el teólogo, el desarrollo de algunas corrientes anti o post humanistas.

Posteriormente el profesor Bueno se detuvo en el modelo del humanismo cristiano, centrado en la persona de Jesús y en Dios como quien es “digno de ser creído por su amor extremo e inaudito” Desde esa singularidad cristiana, el conferenciante concretó que “la educación debería consistir en ir posibilitando el desarrollo de la capacidad de amar”. Educar –propuso – “lo que somos, para lo que somos capaces de llegar a alcanzar”. Desde esta concepción defendió más que una educación en valores, la “virtud como criterio en la educación”, de modo que se eduque a la persona para que desarrolle lo que es y de lo que es capaz y, de este modo –dijo – “ganaremos en la dignidad del educando y del educador”.

El director del centro, clausuró el Congreso recordando su origen e historia, así como las cifras de participantes en el mismo. Agradeció la colaboración de todos y subrayó que “no podemos dejar de ocuparnos del bien de aquellos que amamos”, ya pesar de los retos grandes, “las dificultades educativas no son insuperables”.

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